Lo he dicho muchas veces y hasta me parece
que han sido demasiadas y tal vez inútiles
tantas justificaciones y disculpas:
no quiero que me cuenten entre ustedes.
No es por una cuestión de edad -me doy cuenta
que ustedes lo saben- ni por odio universal alguno
ni siquiera porque varios de ustedes me resultan
francamente insoportables.
Tampoco por temor a encontrarme
con ella, después de todo lo que pasara entre nosotros,
porque eso, para mí, es parte ya definitiva del olvido.
Simplemente, no quiero ser más uno de ustedes.
Me doy cuenta de que es muy difícil confesar esto
después de tantos años compartidos, en los que todos creímos
estar forjando una amistad hasta la muerte.
Por otra parte, la verdad es que recién ahora me doy cuenta
de las cosas que nos separan de modo –diría- inequívoco.
Tuvieron que pasar algunos años y muchas cosas
para eso, pero nunca es tarde para empezar
a decirse la verdad.
Se los digo: no quiero que me cuenten entre ustedes.
Caigo en la cuenta ahora: me aburren esas reuniones
en las que sólo nos adulamos unos a otros mientras tratamos
de ver de qué manera seducimos a las mujeres
de nuestros amigos, mientras se bebe sin medida
y muchas veces sin ganas y se discute sin altura
sobre las cosas más profundas
y se cantan, ya en la madrugada, canciones que suenan
irremediablemente previsibles mientras comienzan despedidas
tan patéticas como lacrimógenas. Puede que la mía
sea una visión antipática y por qué no injusta,
pero la verdad es que no puedo
mentirles: no quiero ser más uno de ustedes.
Por eso es que será difícil que volvamos a vernos como antes.
Empezaron a gustarme estas noches a solas, las caminatas
por una ciudad de la que me había ido alejando sin saberlo,
los nuevos amigos que se descubren sin buscarlos,
las mujeres de ojos grandes acodadas en la barra,
gente que no pide compromisos ni ofrece
reciprocidades absurdas. Entre ellos, suicidarse,
detonar una bomba, perderse en la selva,
son acciones naturales que difícilmente alteren su rutina.
He arribado al lugar indicado.
Rafael Ielpi